Como lo he mencionado tantas veces, amo los postres, me encantan y como he probado una cantidad increíble de ellos por todo el mundo, me he hecho cada vez más “fijadita” y difícilmente me alcanzan a sorprender. Me pueden gusta, encantar, fascinar, pero lo que se dice SORPRENDER, solamente dos veces en la vida y es por eso que hoy dedico este post a mis dos postres que recordaré por siempre. 


Mi segundo favorito. En el Restaurante Les 400 Coups de Montreal, donde luego de una deliciosa cena me disponse a elegir mis postres, el mesero me sugiere varios y entre ellos, uno que no llamó mucho mi atención: Granité au litchi. Entonces, me cuenta que lleva chocolate blanco y sinceramente como no me gusta mucho, pues dudo un poco, pero me atrevo a probar. Unos minutos después, me lleva el pequeño tazón con una blancura total, un poco de granita arriba y pocos tintes de lila o morado, que no alcanzó a distinguir muy bien por la luz del restaurante. Pruebo y siento la frescura de la granita, el sabor del yogurt combinado con el chocolate blanco y campari que no puedo describir, pero que sinceramente me deja impresionada. Las flores le dan un aroma y toque delicado que logran llevar hacerme sentir y recordar que estoy lejos de casa, pero feliz en el frío y blanco invierno de Canadá. Esa blancura fresca, cremosa y deliciosa no la olvidaré jamás. 

Mi gran favorito. En el Restaurante San Miguelito en Morelia, Michoacán. Luego de comer riquísimo, llega a la mesa una especie de globo transparente con copa encima. El humo se encuentra atrapado en la parte de abajo y me explican que es tortilla quemándose, mientras que en la copa hay un dulce de camote con crema y un toque de menta. Tomo un poco de dulce, pruebo y mi paladar reconoce el sabor, ese que sentía hace años cuando me sentaba en la mesa de mi casa con un pequeño tazón de camote preparado con piloncillo y nadando en leche fresca, hasta ahí mi opinión era muy satisfactoria con dicho postre, pero luego me sugieren levantar la copa y entonces sí, el aroma a tortilla quemada me lleva… me transporta… me hace sentir niña de nuevo y no estoy en Morelia ni en un restaurante, estoy en la cocina de mi madre y ella entre risas y apuros corre a rescatar del fuego la tortilla en llamas. No hay más que decir, ciertamente me sentí en otro tiempo, con un postre frente a mí, pero un montón de recuerdos en mi interior. No cabe duda que un platillo puede ser rico, delicioso o entrañable y ese postre definitivamente se convirtió en mi favorito por siempre porque más que endulzar mi paladar, endulzó mi mente y corazón… es simplemente un dulce recuerdo! 

Su sabor es inexplicable, puedes comer solo el dulce o tomar un poco de tortilla quemada y poner camote encima y verás que no hay palabras para describirlo. 

Y si se están preguntando si me sentí como cierto personaje de película infantil, les puede responder con toda sinceridad que sí, poco faltó para soltar la cuchara y la lágrima.